martes, 10 de julio de 2012

Capítulo-2: Aisha

Brest, 20 de Septiembre de 1940, taberna de los Neveau. 
Una suave brisa marina entraba por la gran ventana de la cocina, alborotando los largos rizos pelirrojos de Aisha. Ella volvió a mirar por la ventana de nuevo, y suspiró. A pesar de tener 19 años, jamás había salido de ese pequeño pueblo. No es que ambicionara gran cosa, pero sí tenía curiosidad por saber como era el mundo. Siguió limpiando los platos que tenía entre las manos, cuando un alboroto de fuera le llamó la atención. 
 -¿Qué pasa Michael?- Le preguntó al muchacho moreno que se encargaba de atender a los clientes. Él la miró, como sí no hubiera reparado en su presencia. 
-Nada, tonterías de los alemanes- Suspiró su hermano. Ella le acarició el pelo con una sonrisa. A pesar de tener sólo 14 años, él ya le había superado en altura. Aunque eso no era difícil. Con una sonrisa se volvió hacia la cocina, cuando algo le llamó la atención. Un individuo entraba por la puerta. Era rubio y alto. Alemán, claramente. Los alemanes sentados en una esquina le aclamaron, por lo que sería una nueva adquisición del asqueroso ejército nazi. Le miró un momento. Para ser alemán no parecía muy animado, al contrario que sus compañeros, que cantaban en voz alta alguna grosera canción alemana. Ella se dio la vuelta. Sería por el cambio de temperatura. O alguna indigestión. O por el viaje. Fuera lo que fuera, le daba igual. Se recogió el largo pelo en una cola y continuó su labor lavando los platos. Mientras lavaba los platos seguía dándole vueltas a su futuro. ¿Qué iba a hacer ella? ¿Iba a continuar trabajando en aquella taberna? Por ahora les iba bien, pero ¿que sería de ella y su hermano cuando su madre muriera? En verdad, para eso quedaba poco. La enfermedad que el médico calificó de “cáncer” iba ganando terreno día a día. Sus oscuros ojos rasgados miraron perezosamente a un pájaro cantar en el árbol próximo. Por ahora les iba bien, entre los pequeños ahorrillos que ganaba ella gracias a los alemanes y la taberna. Suspiró levemente. El nuevo tenía pinta de rico, a lo mejor le podría sacar más dinero a él, quien sabe. Dejó el trapo encima de la mesa y se acercó a susurrarle algo a su hermano. Sonrió. No dudaba de sus habilidades. Y con una pícara sonrisa se fue acercando a los alemanes que allí se encontraban.